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ROBERT HOWARD Y LA FANTASÍA HEROICA

Círculo de Lovecraft, 2000

Pese a sus orígenes misteriosos y al obstinado rechazo de la crítica convencional, pocos géneros lograron durante el siglo XX conquistar un público tan vasto, juvenil y entusiasta como la fantasía heroica, traspasando las fronteras de la narrativa para abarcar el cine, la música, el comic, la poesía o la ilustración, además de congregar desde historiadores de la literatura hasta fanáticos del heavy-metal. Un caso poco frecuente, dado el habitual conservadurismo del gusto masivo y la corta vida del principal responsable de tal fenómeno: el escritor norteamericano Robert Howard.

Acciones épicas realizadas por héroes tan simples como inolvidables en un marco que evoca al mismo tiempo los mitos, el terror, los anales históricos, la arqueología, las tradiciones populares y la magia, parecen ser algunas cualidades distintivas de este género. Pero, si bien no cabe duda de que Howard es su maestro indiscutido, más complicado resulta fechar sus comienzos.

 Más que la novela bizantina renacentista, sus influencias indirectas o sus derivaciones paródicas parecen haber brindado a la fantasía heroica algunos de sus elementos característicos (recordemos la expedición fueguina incluída por Vicente Espinel en su Vida del Escudero Marcos de Obregón o, sobre todo, Los Trabajos de Persiles y Segismunda, de Cervantes), lejanamente evocados en los relatos de Rudyard Kipling, Lafcadio Hearn o Edgar Rice Burroughs. Pero la escuela fundada por Howard no existiría sin el aporte decisivo de la deslumbrante fantasía del Barón Dunsany, los macabros misterios de Edgar Alan Poe o el sentido aventurero de Jack London: Carcasona, Arthur Gordon Pym o Antes de Adán prefiguran con claridad al nuevo género.

Menos incertidumbre nos ofrece la biografía de su fundador. Robert Ervin Howard nació en Cross Plains (Texas) en 1906, en el seno de una familia adinerada. Aficionado desde temprana edad a las letras, la arqueología, la historia, la equitación y las armas, sólo las frecuentes depresiones que sufría presagiaban su triste final. Escritor disciplinado desde la adolescencia, Howard desplegó su ingenio y destreza en una extensa y heterogénea colección de novelas, cuentos, ensayos y poemas (muy influídos, estos últimos, por Robert Browning y Samuel Taylor Coleridge). Los títulos sobran (Conan el Bárbaro, El Dios Gris Pasa, El Fénix de la Espada, El Reino de las Sombras, El Rey Kull, El Valle del Gusano, Rostro de Calavera, Sonia la Roja, etc.), pero es posible que el lector evoque con más precisión a sus memorables protagonistas: Conan de Cimeria, Kull de Valusia, el puritano Solomon Kane, la luchadora Sonia o el maligno hechicero Tulsa Dhum, entre otros. Los amplios conocimientos adquiridos por Howard le permitieron recrear eficazmente las  invasiones prehistóricas a las islas Británicas, las depredaciones de los mercenarios escandinavos, la defensa de Viena contra los ejércitos de Solimán el Magnífico, la conquista y colonización de América o una imaginaria edad hybórea, hasta construir lo que su amigo Howard Phillips Lovecraft llamó “leyendas artificiales”, incorporadas –en varios casos– a la ficiticia mitología diseñada por el caballero de Providence.

Lovecraft, precisamente, fue el encargado de introducir la obra de Howard en revistas como The Phantagraph o Weird Tales, además de acercarlo a su séquito de amigos. El trato, iniciado de forma epistolar a comienzos de 1930, llevaría a la redacción de un curioso relato: El Desafío del Más Allá ( The Challenge from Beyond ), escrito en 1935 como resultado de la colaboración entre Lovecraft, Howard, Catherine Moore, Frank Belknap Long y Abraham Merritt, además de marcar una notable influencia del “terror realista” en la obra de Howard (La Piedra Negra, por ejemplo) y de obligar a Lovecraft a escribir y pronunciar la semblanza fúnebre de su amigo, tras su suicidio en 1936.

Pero la fantasía heroica parecía destinada a una larga existencia, como no tardaron en probarlo autores como Merritt, Lin Carter, Lyon Sprague de Camp, John Tolkien o Roger Zelazny. Los límites literarios han sido superados y el reflejo de Howard es notable en artistas como Frank Frazetta, Lucho Olivera o Alejandro Héctor Ruiz, en largometrajes como Conan, de John Millius y en comics tales como Den (Richard Corben), Or-Grund (Ricardo Villagrán y Robin Wood) o varios episodios del reciente Cazador, todo lo cual compensa los bodrios que Hollywood suele filmar sobre el tema. También cambió –y mucho– la actitud de la crítica: los ensayos de Carter, Lyon Sprague de Camp, Forrest Ackerman y otros han abierto un panorama mejor informado y menos prejuicioso. En lo que se refiere a las letras hispanas, además de agradecer trabajos pioneros como el realizado por el fanzine barcelonés Tránsito en su sexto número o por el madrileño Blagdaross en el séptimo de los suyos, hoy podemos consultar los ensayos de Juan-Jacobo Bajarlía, Eduardo Pablo Giordanino, Emiliano González, Javier Martín Lalanda, Rafael Llopis, José María Nebreda, Carlos Saiz Cidoncha y otros autores.

¿Sigue viva la fantasía heroica? Multitudes de lectores –jóvenes en su mayoría– demuestran la perenne atracción del género de las espadas y la brujería, pero acaso la herencia de Robert Howard encuentre sus más recientes ecos en la novela La Torre Oscura, de Stephen King o en El Tigre Dormido, Volkhavaar y otras narraciones debidas a la magia y el horror que reinan en la obra de Tanith Lee.


FERNANDO GARCÍA

EL CÍRCULO DE LOVECRAFT

Buenos Aires, 2000

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